Estamos en agosto del año 717. La ciudad, Constantinopla. El emperador León III, coronado apenas cinco meses antes, está en las murallas. Ante él se extiende una enorme marea humana: 120 mil hombres y 1800 barcos quieren vencerle, conquistar su ciudad, la capital del imperio romano de Oriente, la ciudad que cuatrocientos años antes fundó el gran Constantino. Esa marea humana la ha puesto en movimiento el soberano del imperio omeya, que por el este ha llegado casi hasta China y por el Oeste ha conquistado Hispania. León no tiene miedo: sabe que puede vencer. El asedio, infructuoso, dura un año exacto. El 15 de agosto de 718 los musulmanes se retiran. No podrán conquistar la segunda Roma hasta dentro de más de siete siglos.
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