El día de hoy miles, millones de personas de todas las razas y edades se han reunido por plazas y calles de todo el mundo para reivindicar mayor democracia, para reclamar unos gobiernos que obedezcan y sirvan al pueblo que los elige, y no a unas élites económicas situadas a menudo a miles de kilómetros, en otros países. La crisis que nos azota tiene mucho que ver con la incapacidad de los gobiernos de controlar los actos de esos especuladores sin escrúpulos. Tanto los que abogan por el papel intervencionista del gobierno en la economía como los liberales (los liberales de verdad, no los neoliberales a la manera del Tea Party) deben de oponerse a estas actuaciones incontroladas de los especuladores. Un liberal de verdad entiende que la libertad, también en economía, debe tener límites, como toda libertad, pues la libertad sin límites degenera inevitablemente en abusos. Si un buen gobierno se caracteriza por saber administrar bien los impuestos de los ciudadanos no puede permitir que esos impuestos se detraigan de ese buen uso, perjudicando a la ciudadanía, para poder enjugar el déficit causado por la irresponsabilidad de inversores y especuladores. Es evidente que la propia ciudadanía ha tenido también parte de culpa en la generación de esta crisis, se han pedido hipotecas sin sentido común alguno, pero igualmente culpables son los bancos por no prever que el mercado inmobiliario podría caer, dificultando que muchos hipotecados pudieran vender su casa para pagar la hipoteca en caso de quedarse en el paro. Se ha actuado sin previsión, sin cabeza, tanto por parte de muchos ciudadanos como por las entidades bancarias, pero todo ello se ha visto agravado por un dejar hacer irresponsable de los gobiernos. Necesitamos un gobierno para el pueblo, y no para los millonarios.
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