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viernes, 7 de junio de 2013

Hermann Hesse, "Pequeñas alegrías"



Ha sido un gran deleite para mí, una gran alegría, leer este Pequeñas alegrías de Hesse. Es un libro extraordinario que nos muestra sesenta años de escritos cortos -artículos de opinión, reseñas de libros, reflexiones de lo más variado-, desde la juventud -escribió el primer texto del volumen a los veintidós años- hasta la senectud, muy cerca ya de la muerte. Estos sesenta años de textos forman un monumento literario integrado por una continuada e insobornable independencia intelectual, por una asimismo continua apuesta por el pacifismo, por un gran amor a su patria -una patria de límites indefinidos, comprendida sobre todo por el suroeste de Alemania y la Suiza de lengua alemana-, por un acendrado humanismo -aprendido en Voltaire, en Montaigne- y por la fascinación por la naturaleza y los libros. Su lenguaje, sencillo, se vuelve poético en las descripciones de paisajes o al hablar de los cambios de las estaciones. Él, que tan viajero fue, volvía siempre a esa patria suya de límites indefinidos, definida por un paisaje y por un paisanaje comunes, aunque fronteras artificiales la cruzaran, y la crucen aún. Rural y urbano, cosmopolita y apegado a lo alemán -pero no de un modo nacionalista o despreciador de los otros-, atraído por las filosofías y religiones de Oriente -Buda, Lao Tsé- pero sin negar a sus ancestros cristianos -a ese abuelo que quiso ser teólogo, a ese padre que fue, en palabras del obispo de Wurm, un auténtico "cristiano primitivo"-. Único Hermann Hesse.

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