Matías Lloréns es un joven adinerado y apuesto que trabaja como repartidor sólo porque se aburre contando dinero en su gran mansión de Unquillo (Córdoba, Argentina). Nah, en realidad no tiene grandes posesiones, salvo su insultante juventud, sus impresionantes dotes como poeta y narrador (dotes que mejoran día a día) y, según él, unos "tremendos ojazos". También, el amor de Agus Zoni, lo que no es asunto baladí. Así que en realidad, al fín y al cabo, nuestro amigo Matías sí que puede presumir de poseer riquezas más grandes que el oro del Perú. Envidiémosle mientras leemos Côte d' Ivoire, increíble prosa poética inspirada por esa africana Costa de Marfil salvaje y profunda.
CÔTE D'IVOIRE
Despojada de la mano de Dios. El primer pensamiento que le asalta la cabeza a uno ni bien pisa esa tierra es eso. Sobre el lugar, el clima, la gente. Todos están sueltos a su propia miseria, a la inercia propia de la vida, y no hay Dios ni nada ni nadie con la fuerza suficiente para ponerlos en ningún lugar. No hay nada que se asemeje al orden. Una sola enorme tormenta.
Dios fue tan cruel que hasta los despojó de la historia.
Les dejó, eso sí, la terrible ironía y la poesía. La fuerza y la fiereza. Como una especie de fiebre corriendo siempre por debajo de la piel, esperando por estallar. Bajo el implacable sol, el ébano nace, crece y se muere, sueltos de toda esperanza, presos de esa animalidad tan vital que parece mover este continente de forma errante.
Costa de Marfil. Cuanta poesía homicida en ese nombre. Cuanta ironía entre estos hombres de ébano y tan nacarado elemento. Tanta noche negociando a la luz del día el destino de esas bestias indómitas. Tanta muerte. Tanta violencia traspasando las barreras de la época y de la memoria. Tantos músculos y energías puestos en bandeja al desperdicio y la egolatría.
Son hombres altos, fuertes. Sacados de un molde perfecto. Hermosos. Libres. Más libres de los que podría ser cualquier europeo. Violentos. Sexuales. Mil veces más perversos que la fantasía más pérfida que pueda verse en París. Lujuriosos. Racistas. Ciudades ardiendo bajo la mirada atenta de esos que se rodean de oro, prostitutas y acólitos. Humildes, trabajadores. La vida yéndose con cada día mientras trabajan sobre cadáveres enormes acariciados por el amor.
Son mujeres bellas. La más exquisitas que he podido ver. Son ellas la razón de toda esta lujuria. De esta violencia. Son las madres de un continente oculto, silencioso. Son las dueñas de esta tormenta.
Dios fue tan cruel que hasta los despojó de la historia.
Les dejó, eso sí, la terrible ironía y la poesía. La fuerza y la fiereza. Como una especie de fiebre corriendo siempre por debajo de la piel, esperando por estallar. Bajo el implacable sol, el ébano nace, crece y se muere, sueltos de toda esperanza, presos de esa animalidad tan vital que parece mover este continente de forma errante.
Costa de Marfil. Cuanta poesía homicida en ese nombre. Cuanta ironía entre estos hombres de ébano y tan nacarado elemento. Tanta noche negociando a la luz del día el destino de esas bestias indómitas. Tanta muerte. Tanta violencia traspasando las barreras de la época y de la memoria. Tantos músculos y energías puestos en bandeja al desperdicio y la egolatría.
Son hombres altos, fuertes. Sacados de un molde perfecto. Hermosos. Libres. Más libres de los que podría ser cualquier europeo. Violentos. Sexuales. Mil veces más perversos que la fantasía más pérfida que pueda verse en París. Lujuriosos. Racistas. Ciudades ardiendo bajo la mirada atenta de esos que se rodean de oro, prostitutas y acólitos. Humildes, trabajadores. La vida yéndose con cada día mientras trabajan sobre cadáveres enormes acariciados por el amor.
Son mujeres bellas. La más exquisitas que he podido ver. Son ellas la razón de toda esta lujuria. De esta violencia. Son las madres de un continente oculto, silencioso. Son las dueñas de esta tormenta.
© Matías Lloréns 2010