En Estados Unidos hay unas ediciones especiales de cómics que se publican con la cubierta en blanco, para que artistas dibujen en salones del cómic sus dibujos dedicados a los aficionados. He adquirido el número 9 de la nueva colección de Conan, en edición "blank cover", con un dibujo original en portada y otro en contraportada, ambos del artista español Salvador Molina Romero. Comprar arte original es un puntazo. Y si es al propio artista, sin intermediarios, mejor. 👌
Por estar contigo
jueves, 9 de mayo de 2024
miércoles, 24 de agosto de 2022
"Muerte de la Virgen", de Caravaggio
La tradición católica nos dice que la madre de Jesucristo, tras la crucifixión de su hijo, huyó o viajó a Efeso, en la costa occidental de Asia Menor (Turquía), con Juan Evangelista, el discípulo predilecto de su hijo. El propio Cristo antes de morir (para luego resucitar y ascender a los cielos) le encargaría a Juan que cuidara de su madre. En Efeso moriría la Virgen.
Hace pocos días se celebró la fiesta de la Asunción de la Virgen. Según esta creencia, que es dogma de fe, la Virgen no murió, sino que subió a los cielos en cuerpo y alma, en una especie de arrebatamiento o abducción.
El cuadro de Caravaggio contradice el dogma pues, ya que nos muestra a la madre de Cristo muerta. Aunque la Asunción es una creencia antigua sólo es dogma de fe (creencia sin la cual no se puede ser católico) desde 1950. En 1606 Caravaggio podía ser católico sin albergar esa creencia. El siguiente cuadro de Tiziano (La Asunción de la Virgen, de 1518) sí la refleja:
domingo, 3 de julio de 2022
Nueva reseña para "La Razón Histórica"
Reseña de "Soldados de la Historia de España", de José Ferré-Clauzel y César Cervera Moreno, en el número 55 de La Razón Histórica. Nueva colaboración mía con esta estupenda revista de Historia. Os paso la página desde donde podéis descargar las dos páginas de la revista en las que aparece mi reseña:
https://www.revistalarazonhistorica.com/55-11/
lunes, 23 de mayo de 2022
Scipio
Tras casi un año cerrada parece que se me ha abierto la vena poética. Hoy estos cuatro endecasílabos vinieron a visitarme. Están dedicados a aquel insigne varón romano que abrió Hispania al dominio de Roma, tras vencer a Aníbal.
SCIPIO
Venció al grande general de Cartago
Le comparan con Teucro y Telamón
No pretende lo que no se ha ganado
Se llama Publio Cornelio Escipión
José Alfonso Pérez Martínez, 23 de mayo de 2022
martes, 3 de mayo de 2022
Cada 3 de mayo
Lo que sucede en un día, en una hora, resuena luego como un eco por toda la eternidad. Cada nuevo 3 de mayo los que se levantaron contra el invasor el día anterior vuelven a ser llevados a la montaña del príncipe Pío, vuelven a ser colocados ante los mosquetes del invasor, vuelven a regar la tierra con su sangre. Y cada 3 de mayo España vuelve a renacer de esa sangre sagrada, como una flor nueva.
Imagen: "Los fusilamientos del 3 de mayo", de Don Francisco de Goya (detalle).
lunes, 31 de enero de 2022
Una pintura de Luis de Madrazo
Esta pintura de 1855 obra de Don Luis de Madrazo y Kuntz muestra el momento en el que tras la victoria en Covadonga, primera en Hispania sobre los moros después de una década desde la invasión, Don Pelayo es proclamado, allí mismo, como primer Rey de Asturias. El principio de la Reconquista.
La invasión mora y derrota y muerte del Rey de Hispania Don Rodrigo fue en el año 711.
La victoria de Covadonga y proclamación regia de Don Pelayo fue en 722.
Don Pelayo falleció en el año 737.
jueves, 6 de enero de 2022
Efemérides de 2022, VII
Hace 500 años (en 1522)
3 de febrero: Guerra de las Comunidades: Toledo se rinde a las tropas de Carlos I.
27 de abril: Batalla de Bicoca: El ejército de Carlos I vence a las tropas combinadas de Francia y Venecia.
2 de julio: Fallecimiento de Antonio de Nebrija, humanista y gramático, autor de la primera gramática de la lengua castellana, publicada en 1492.
jueves, 23 de diciembre de 2021
De la República de Inglaterra (1649-1660)
sábado, 16 de octubre de 2021
Troppo vero
jueves, 7 de octubre de 2021
450 años de la batalla de Lepanto
Hace 450 años, el 7 de octubre de 1571, se libró en aguas griegas una de las batallas más importantes de la historia del mundo: la batalla de Lepanto. En ella la Santa Liga, una escuadra combinada del reino de España, los Estados Pontificios y las repúblicas de Venecia y de Génova, se enfrentó al imperio turco. Se trataba, ni más ni menos, de defender la civilización cristiana occidental.
Honra a aquellos que lucharon en Lepanto, defendiendo su forma de vida, su libertad. Honra a los grandes jefes de la escuadra, como aquel Don Juan de Austria hermano del gran Rey Felipe II o como aquel Don Álvaro de Bazán que jamás perdió una batalla. Honra también a los simples soldados como el ilustre Miguel de Cervantes, que en Lepanto quedó manco, que luego estuvo preso en Argel y que después escribió una de las novelas más importantes de la historia de la literatura. Gloria eterna a aquellos marinos.
martes, 21 de septiembre de 2021
"Lírica cuántica", de David López Sandoval
martes, 8 de junio de 2021
Jorge Luis Borges, sobre su hermana Norah
Jorge Luis Borges definió a su hermana, la pintora Norah Borges, en este estupendo prólogo de un catálogo de las obras de ella:
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No sé a qué margen del gran río barroso, que un escritor ha bautizado con el nombre de Río Inmóvil, puedo atribuir mis primeros recuerdos de mi hermana. Si corresponden a la margen derecha, que es la de Buenos Aires, debo pensar en unos patios de baldosas coloradas, en un jardín con una palmera y con ceibos y en un barrio modesto; si en la margen izquierda, la de Montevideo, en la gran quinta de mi tío, Francisco Haedo, inagotable y honda, con un mirador de cristales de diversos colores, con muchos árboles, con una pileta sombreada, con un arroyo casi secreto, con dos glorietas y con dos bancos de mampostería en la acera. Los lugares que he enumerado nos servían para fines escénicos. Compartíamos las ficciones de Wells, de Verne, de Las mil y una noches y de Poe, y las representábamos. Puesto que sólo éramos dos (salvo en Montevideo, donde nos acompañaba mi prima Esther) multiplicábamos los roles y éramos, de un momento a otro, las cambiantes personas de la fábula. Habíamos inventado dos amigos inseparables, que se llamaban Quilos y el Molino. Un día dejamos de hablar de ellos y explicamos que se habían muerto, sin saber muy bien qué cosa era la muerte. Otras memorias guardo de largas playas, de andar a caballo por el campo y de arroyos tortuosos. Dejada atrás la infancia, en otras tierras conoceríamos Ginebra, el Ródano y el Mar Mediterráneo.
Norah, en todos nuestros juegos, era siempre el caudillo; yo, el rezagado, el tímido y el sumiso. Ella subía a la azotea, trepaba a los árboles y a los cerros; yo la seguía con menos entusiasmo que miedo. En la escuela el contraste se repitió. A mí me intimidaban los chicos pobres y me enseñaban con desdén el lunfardo básico de aquellos años; no dejaba de sorprenderme que en casa no me hubieran instruido en las voces más comunes del habla. Mi hermana, en cambio, dirigía a sus compañeras. A algunas, las más tontas, les refería complejas y disparatadas historias que ellas no han acabado aún de entender. Nuestro breve universo era cerrado. En casa tuvimos libertad, no fuimos asediados con restricciones; mi padre, profesor de psicología, creía que son los chicos los que educan a los mayores. Con una de nuestras abuelas hablábamos de un modo y con otra de otro; el tiempo nos enseñaría que esos dos modos eran la lengua castellana y la lengua inglesa. Cuando era muy niña Norah no aceptaba una golosina si no me daban la mitad.
Nuestras infancias, como es natural, se confunden, pero siempre fuimos distintos. Sin embargo, nunca dejamos de entendernos; a veces, bastaba una mirada cómplice, otras, ni eso siquiera. Durante toda la adolescencia la envidié porque se encontró envuelta en un tiroteo electoral y atravesó la plaza de Adrogué, un pueblo del Sur, corriendo entre las balas.
Fuera de mis manías, que son muchas, y que ahora abarcan el islandés y el anglosajón, suelo juzgar a las personas por la inteligencia y el valor; Norah, por la bondad y, lo que es más singular, por el parentesco. A mí la gente de mi sangre me atrae pero prefiero a los que han muerto, que puedo imaginar a mi modo; a mi hermana le encantan los parientes, esos primos segundos y terceros, aun cuando vienen de visita. Hace años nos revelaron la existencia de una nieta natural de un abuelo nuestro. Ante la noticia Norah exclamó: “¡Otra persona que adorar!”.
Profesa como yo, el culto de nuestros mayores; cuando fue por primera vez a Inglaterra, nos escribió que hojeaba los libros de los estantes callejeros y sentía, al volver las hojas, que esas queridas e invisibles presencias, iban siguiendo la lectura sobre sus hombros. Abunda en el amor de toda la gente; desde niña había elegido los nombres de sus hijos y de sus hijas. Cada noche rezaba para que todas las personas estuvieran tranquilas en sus casas y los animales en sus cuevas y en sus pesebres. Siempre tendió a considerar la estupidez como una suerte de inocencia; dijo que una amiga suya, de notoria simplicidad, era “como una rosa blanca”. Sin embargo, sabe juzgar; durante la primera guerra mundial llegamos a Lauterbrunnen, en Suiza, y Norah bajó para explorar el hotel. Al rato volvió muy alborotada para revelarnos que en el vestíbulo había un señor muy importante, “un señor que debe de haber sido en su tiempo una gran nulidad”.
Como todas las mujeres inteligentes y lindas, no dejó nunca de pensar que los hombres eran muy simples. Hace unos años, entre las barras del zoológico, todos admiraban al tigre; Norah dijo como si pensara en voz alta: “Está hecho para el amor”.
Literariamente, nunca he logrado convertirla al Quijote, a Dante o a Conrad; en cambio compartimos el amor de Eça de Queiroz, de Rafael Cansinos Asséns y de Dickens, inventor o descubridor de la soledad de la infancia y de sus inconfesables miedos. No pude acompañarla en su admiración por La Città Morta de D’Annunzio. Días pasados me dijo que su libro de cabecera era ahora The Woman in White de Wilkie Collins, libro que en su tiempo gozó de la preferencia de Swinburne.
Hacia mil novecientos veinte, año en que regresamos de Europa, me ayudó a descubrir la ajedrezada y desparramada ciudad de Buenos Aires, nuestra patria. Durante la segunda dictadura, hacia mil novecientos cuarenta y cuatro, padeció un mes de prisión por razones políticas; para no afligir a mi madre, le escribió que la cárcel era un lugar lindísimo. Aprovechaba el obligado ocio para enseñar dibujo a sus compañeras de encierro, que eran mujeres de la calle. Cada noche rezaba su Padrenuestro y se quedaba dormida inmediatamente.
A diferencia de Milton y de Nietzsche, prefirió siempre el Nuevo Testamento al Antiguo. Le desagrada discutir y evade, generalmente con una frase cariñosa, la discusión, que en modo alguno altera sus actos ni sus ideas.
Pueblan sus días el ejercicio del arte y de la amistad. No recuerdo una época en que no le gustara dibujar. En Ginebra estudió dibujo con el profesor Sarkisoff y admiró mucho a Ferdinand Hodler. Cuando fuimos a España su profesor Sarkisoff le dijo: “… y sobre todo no se dedique a imitar a un Zuloaga cualquiera”. En el Museo del Prado en Madrid descubrió que una tela era apócrifa dos o tres años antes que los expertos.
Cuando Norah ensayó la litografía, escribía poemas, pero los destruyó para no usurpar lo que ella juzgaba mi territorio. Recuerdo haber entrevisto una línea cuyo tema era Italia, “tierra donde el arado del campesino puede revelar el mármol de un busto”. Publicó asimismo generosas críticas de arte en una revista casi secreta, Los Anales de Buenos Aires, y las firmó, para no alardear de escritora, con el seudónimo de Manuel Pinedo. Otra vez la misma delicadeza.
Una de sus primeras pasiones fueron los expresionistas alemanes; pintaba crucifixiones, flagelaciones, martirios y violentas contorsiones de mártires. Ahora, como Stefan George, piensa que uno de los fines del arte es dar serenidad. Escribió en una encuesta en La Nación: “El fin de la pintura es dar alegría por medio de los colores y de las formas”. Una vez me aconsejó que no dijera nada que no diera alegría a alguien. Descree del arte ingenuo; planea geométricamente cada una de sus telas. Y si pinta ángeles, es porque está segura de que existen. Amó profundamente a los genuinos prerrafaelistas de Italia y a sus continuadores ingleses del siglo XIX. Le agradan artes y épocas muy diversas, pero ahora la incitan a pintar los frescos del Palacio de Knosos y lo arcaico griego, las figuras del Pórtico de San Isidoro de León, el arte románico, las tapicerías de Flandes del siglo XIII, Lippi y Fra Angelico, el Giotto y Botticelli, Memling. Incomprensiblemente para mí, admira las telas del Greco cuyos paraísos, abarrotados de báculos y de mitras, me parecen más espantosos que muchos infiernos. Le impresionan los arlequines de Picasso y los caballos de De Chirico. Últimamente se ha enamorado del arte celta que no tolera los espacios en blanco. Pero le importan las escuelas menos que los pintores y los pintores menos que cada obra.
Es una minuciosa y rápida retratista, pero sólo dibuja los rostros que verdaderamente le interesan. A un pintor que preparaba la exposición de una galería de escritores y otra de cirujanos, le preguntó cómo podía saber de antemano que todas esas caras iban a despertar su atención.
Norah padeció la desdicha, que bien puede ser una felicidad, de no haber sido nunca contemporánea. Cuando en la década del veinte regresamos a Buenos Aires, los críticos la condenaron por audaz; ahora, abstractos o concretos —las dos palabras son curiosamente sinónimas— la condenan por representativa.
No dejó nunca de atraerle el pasado inmediato: las quintas del Oeste y del Sur, los jarrones y las glorietas, los anillados llamadores de bronce, los medallones que acaricia una mano, las balaustradas, un laúd, también los ángeles musicales, las niñas, los adolescentes que unen la serenidad al asombro. Estas litografías rescatan esos paraísos perdidos de la niñez: los vacíos patios ajedrezados, la campesina casi niña que acuna contra el pecho al hijito, el inexplorado globo terráqueo que mira el absorto estudiante, la fuente de Nîmes que recuerda las escaleras, los mármoles y el follaje del parque oscuro de Adrogué, esa joven que medita y sueña asomada a la ventana y a las imaginarias amigas que silenciosamente comparten un pequeño libro secreto. Empezó siendo rígida, casi heráldica: después, su mundo se abrió a las formas trémulas de los pétalos, de los árboles y de los pájaros. La hospitalidad de su espíritu se advierte en las compartidas manos de las amigas, en las ternuras de imágenes como “Tobías y el ángel” y en esos graves y distantes jóvenes que transfiguran los soñados por Proust.
Juzgar a una persona cercana y muy querida es correr el riesgo de que nuestro dictamen parezca meramente interesado o convencional. Se teme exagerar o retacear el merecido elogio. En el caso presente sé que a mi lado hay una gran artista, que ve espontáneamente lo angelical del mundo que nos rodea, tan desaprovechado por otros cuya costumbre es la fealdad.
Escribir este prólogo ha sido para mí una suerte de necesaria felicidad. Mucho le debo a Norah, más de lo que pueden decir las palabras, menos de lo que pueden significar una sonrisa y el compartido silencio.
Buenos Aires, julio de 1974
domingo, 4 de abril de 2021
La última cena, de Leonardo da Vinci
martes, 2 de marzo de 2021
De Alfonso X
De Fernando III
sábado, 7 de noviembre de 2020
Vértigo
Versión de un poema escrito por mi estimada amiga María José Contador
VÉRTIGO
Siento fuerte la llamada
estos días, del vacío.
Vendrán leves de equipaje
días repletos de nada.
Las pérdidas ya olvidadas
llagas fueron, desvaríos,
partes duras de mi viaje.
Llega la noche cerrada,
anegada de un silencio
que es inmenso vocerío.
Darme intento un homenaje,
pero algo ensombrece mi ocio,
¿por qué este escenario umbrío
es de mi alma igual paisaje?