Sánchez Bautista (Llano de Brujas -Murcia-, 1925) me parece un poeta a reivindicar, por su conocimiento de los clásicos, por su conexión con la naturaleza, por su alta sensibilidad. El siguiente poema, dedicado a Virgilio, pertenece a su libro Alto acompañamiento (Editora Regional de Murcia, 1988).
Y ya las sombras más largas caen de las montañas,
y convidan al sosiego
y convidan al sosiego
-Virgilio, Égloga I-
Os anuncio que ahora es un espíritu
tan leve como invicto, el que se acerca
esta tarde de otoño a visitarme
con un tierno mensaje inmarcesible
cuando el paisaje se desnuda, lento,
de su fronda caduca y enfermiza.
Noviembre es tibio como un limbo y cala
con su color de pálidos follajes
como un duelo entrañable. Lejos pían
los pájaros, y el sol último enciende
de bermellón las crestas de los montes.
Sobrecogido, indago: ¿Es que fue siempre
así de desolado este momento
en que el día agoniza acompañado
de una loca algazara pasajera?
Me abismo en inquietudes. Y mis ojos
quisieran retener la luz que huye
incendiando colinas y apagándose
más allá de los montes.
Y es entonces
cuando él llega sereno y reconcilia
(maestro de dulzuras y piedades)
lo tierno, lo cordial y lo afectivo,
con la razón, origen de la duda.
Su voz de mansa selva me apacigua
y me infunde en el alma un delicado
deseo de fundirme en el misterio
cuajado de temores, cuando el véspero
de tibio resplandor mueve mis pasos
y me invita a soñar en algo hermoso,
esencial, sustancioso, indestructible,
mientras pienso en Virgilio y en sus veinte
siglos de serenísima belleza.
Francisco Sánchez Bautista
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