Christopher Hitchens es uno de los principales líderes del ateísmo mundial. Desde hace casi cincuenta años, un grupo de ateos se reúne anualmente en Estados Unidos. El autor no pudo asistir a la más reciente convención. En lugar de ello, envió esta carta:
Queridos compañeros infieles: nada me hubiera impedido acompañarlos hoy, excepto la pérdida de mi voz (al menos de mi voz oral), producto de una larga discusión que sostengo con el espectro de la muerte. Nadie gana nunca esta discusión, aunque se pueden plantear unos cuantos argumentos sólidos en el transcurso del altercado. A medida que el enemigo se hace más familiar, me he dado cuenta de que todas las súplicas por salvación, redención y liberación de origen sobrenatural me parecen incluso más vacuas y artificiales que antes. Espero ayudar a defender y transmitir las lecciones que he aprendido de esta experiencia por muchos años más, pero por ahora creo que es mejor invertir mi confianza en dos cosas: la habilidad y las bases de la ciencia médica avanzada, y la camaradería de innumerables amigos y familiares, todos ellos inmunes a los falsos consuelos de la religión. Son estas fuerzas, entre otras, las que acelerarán la llegada del día en que la humanidad se libere de las esposas mentales del servilismo y la superstición. La fuente de nuestra moralidad y sentido de la decencia es nuestra solidaridad innata y no un despotismo del cielo.
Ese sentido fundamental de la decencia es ultrajado todos los días por un enemigo teocrático a plena vista. Proteico en forma, se extiende desde la amenaza declarada de mulás con armas nucleares hasta las campañas insidiosas para enseñar pseudociencia embrutecedora en las escuelas de Estados Unidos. Pero en los últimos años ha habido signos de genuina y espontánea resistencia frente a este sinsentido siniestro: una resistencia que repudia el derecho de los bravucones y los tiranos a afirmar que tienen a dios de su lado. Haber sido una pequeña parte de esta resistencia ha sido el mayor honor de mi vida: el origen y el sostén de toda dictadura está en la rendición de la razón ante el absolutismo y en el abandono de las preguntas críticas y objetivas. El nombre ordinario de este fatal delirio es “religión”, y debemos aprender nuevas formas de combatirlo en la esfera pública, de la misma forma como hemos aprendido a liberarnos de él en privado.
Nuestra arma es la mente irónica contra la mente literal: la mente abierta para combatir a los crédulos; la valiente búsqueda de la verdad contra las fuerzas temerosas y abyectas que quisieran poner límites a la investigación (y estúpidamente afirman que ya tenemos toda la verdad que necesitamos). Quizá por encima de todo, afirmamos la vida sobre los cultos a la muerte y al sacrificio humano, y sentimos miedo, no de la muerte inevitable, sino de la vida restringida y distorsionada por la patética necesidad de adular sin pensar o por la funesta creencia en que las leyes de la naturaleza responden a llantos y conjuros.
Como herederos de una revolución secular, los ateos norteamericanos tienen la responsabilidad especial de defender y mantener la Constitución que vigila el límite entre la Iglesia y el Estado. Esto también es un honor y un privilegio. Créanme cuando les digo que estoy con ustedes, aun cuando no sea de forma corporal (y solo metafóricamente en espíritu…). Decídanse a construir el muro con el que el señor Jefferson quería separar a la Iglesia. Y no conserven la fe. Sinceramente,
C. H.
Fuente: Elmalpensante.com
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