Uno de los grandes misterios de la historia de la literatura es: ¿cómo en un lugar casi sin tradición literaria, Nicaragua, pudo surgir una figura como la de Rubén Darío, gran renovador de la literatura en castellano? Después de él, nuestras letras se volvieron más libres, más airosas. Estoy leyendo ahora "Azul...", uno de sus primeros libros, compilación de prosas y poesías. Como cuentista me parece excelente Darío, pero donde brilla y alcanza cotas de maestro es, en mi opinión, como poeta -sobre todo, en el difícil arte, que es artesanía también, del soneto-. Como muestra, un botón: el soneto "Leconte de Lisle", dedicado a dicho poeta francés.
LECONTE DE LISLE
De las eternas musas el reino soberano
recorres, bajo un soplo de vasta inspiración,
como un rajá soberbio en su elefante indiano
por sus dominios pasa de rudo viento al son.
Tú tienes en tu canto como ecos de oceano;
se ven en tu poesía la selva y el león;
salvaje luz irradia la lira que en tu mano
derrama su sonora, robusta vibración.
Tú del faquir conoces secretos y avatares;
a tu alma dio el Oriente misterios seculares,
visiones legendarias y espíritu oriental.
Tu verso está nutrido con savia de la tierra:
fulgor de Ramayanas tu viva estrofa encierra,
y cantas en la lengua del bosque colosal.
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