Consigna Terenci Moix en Terenci del Nilo que en la antecámara de la tumba de Tutmés III se esculpió un catálogo de 741 divinidades. Tal profusión de seres metafísicos obedece a razones históricas y políticas, no a un mero capricho. Egipto empezó siendo, en el periodo predinástico, un conjunto de pequeños reinos separados, ciudades-Estado, cada una de ellas con su propio pequeño panteón de dioses. Cuando las luchas entre dichos reinos fueron reduciendo su número, al ir conquistándose unos a otros, los vencedores, en vez de abolir los dioses de los vencidos, los asimilaban, creando panteones más grandes. Al final, Egipto acabó dividido en dos reinos, el Alto y el Bajo Egipto, cada uno de ellos con su propio prolifero panteón divino. Cuando Menes, rey del Alto Egipto, conquistó el Bajo y se convirtió en el primer faraón de la dinastía I, asimiló como se había venido haciendo el panteón de los vencidos. Se creó así el enorme panteón egipcio, tal vez el más numeroso que haya tenido civilización alguna. Pese a tal absurda profusión de divinidades, en realidad no se debía rendir culto real más que a unas pocas: Amón, el dios del impresionante santuario de Tebas; Hathor, la diosa vaca de Dendera y del templo de Hatshepsut; Osiris, el dios-rey de Bubastis y de Abydos; y algunos otros: Horus, Isis, Ptah, Thot, Anubis, Shekmet... La herejía de Akhenatón, faraón que propuso adorar a un sólo dios, Atón, el disco solar, debió de resultar ofensiva no sólo por motivos religiosos, sino políticos: el politeísmo egipcio debía ser una expresión de la diversidad política egipcia, el culto a todos esos dioses debía ser una expresión de respeto a esa diversidad, a la dignidad y antigüedad de cada ciudad, independiente en origen. A muchos debió de parecerles un movimiento centralista. Akhenatón debió de tener enfrente no sólo al poderoso clero de Amón, sino también a algunos nomarcas (gobernadores provinciales) y poderes locales. No ha de extrañar que tal herejía monoteísta no prosperara.
Algunos de los principales dioses de Egipto
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