"La obra trágica es una cosa pura y redonda, encaminada a un fin"
Francisco Rodríguez Adrados
Hay tres grandes momentos en la historia del teatro trágico: en primer lugar, los tres grandes trágicos de la Grecia antigua (Esquilo, Sófocles, Eurípides), luego Shakespeare y, por fin, García Lorca. Y todo es lo mismo: El palacio de Atreo en Micenas linda con Elsinore y con los secanos donde vive La Novia.
Aunque intento que mi vida esté continuamente regida por la razón hay una parte (muy profunda) de mí que ama estas historias en las que los personajes son arrastrados por las pasiones y por algo en lo que no creo: el fatum, el destino. Por eso he disfrutado mucho estos días con la versión fílmica del Macbeth de Shakespeare protagonizada por Fassbender y Cotillard (la vi en la apertura del Festival Internacional de Cine de Cartagena), con la lectura de Los siete contra Tebas de Esquilo y con este Bodas de sangre de García Lorca, la mejor tragedia, tal vez, del último gran trágico. Hay, por cierto, una versión fílmica reciente de Bodas de sangre, titulada La novia, que está cosechando muy buenas críticas. Habré de verla.
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