Una de las cosas más graves que ha ocurrido en nuestro país en los últimos 40 años (los de régimen democrático, los mismos que ha durado, de momento, mi vida) es el fracaso de España, de sus sucesivos gobiernos, en Cataluña y el País Vasco. Durante cuatro décadas se ha cometido dejación de la obligación de defender la unidad de la patria, se ha permitido la creación de un discurso falso y victimista, se ha permitido incluso que se enseñe allí una historia de España falseada, desfigurada. Las consecuencias han sido graves, con el independentismo crecido, con los ciudadanos que aún se sienten españoles siendo agredidos, con insultos cotidianos a los simbolos nacionales, mientras se pide, en nombre de la libertad de expresión, el respeto a los infames simbolos separatistas, como si la libertad de expresión debiera amparar los simbolos de intolerancia, de odio.
Ha habido complejos de defender España, por no parecer fascista. Es hora de decir alto y fuerte que defender la unidad de los pueblos no es ser fascista, es hora de decir que no querer nuevas fronteras no es ser fascista, es hora de decir que permitir que se queme la bandera nacional mientras se permiten las esteladas es de maricomplejines y de, digámoslo claro, de traidores. Es hora de reivindicar a los catalanes y a los vascos que defendieron y defienden la unidad de España, de oponer su discurso y sus hechos al discurso y los hechos de los separatistas. Es hora de que España vuelva a estar, activamente, en esas regiones, reivindicándose.
España fue, es preciso recordarlo, un proyecto de unión y entendimiento construido por nuestros antepasados a costa, muchas veces, de sus vidas. No quisiera que acabara siendo lo que Camelot en aquel poema mío: un sueño de concordia que se esfuma.
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