Tú no me conoces. Te diré que tengo 40 años, y que quiero contarte algunas cosas. Tú, a lo mejor, tienes 15 o 20 años y no te apetece nada que un viejo de 40 te de la chapa. Lo sé, porque yo he tenido tu edad. Pero tal vez deberías leerme, porque voy a hablarte de algo que te interesa, de dos enemigos contra los que tendrás que batallar toda la vida: la lujuria y la agresividad. Son instintos cuyo libre desenvolvimiento está mal visto en la sociedad, pero son también las dos mayores fuerzas que bullen, y que seguirán bullendo durante mucho tiempo, en tu sangre, en la sangre de todo ser humano de sexo masculino. Rindiéndote a ellas, dejándolas expresarse sin trabas, serás como un niño. Tomándolas por el cuello, dejándolas expresarse sólo cuando convenga, serás un hombre. Y lo serás no sólo porque la sociedad aplauda esa represión de tus instintos, sino porque habrás librado tu mayor batalla -la batalla contra ti mismo- y la habrás vencido.
En la lujuria uno quiere acariciar piel, apretar carne deseada, penetrar un cuerpo. Y lo quiere imperiosamente. Nuestros mismos genitales, sobresaliendo de nuestro cuerpo, se muestran voluntariosos, expresan y secundan ese grito de la sangre. Pero uno debe saber que no debe tocar a una mujer si ella no lo desea, ni decirle cosas fuera de lugar. Las mujeres, las personas en general, no son meros trozos de suculenta carne, sino seres humanos como tú, con dignidad y derechos. Contén entonces tus manos, y contén tu lengua, muéstrate como un hombre que respeta y que se respeta y no como un perro que olisquea traseros y fornica en cualquier esquina.
En la agresividad uno quiere humillar, insultar, hacer daño. Quiere a veces hasta golpear, hacer brotar la sangre del otro. Nuestros músculos, nuestro volumen corporal, mayores por lo general a los de las mujeres, se corresponden con ese impulso agresivo, mayor también que al que ellas tienen. Pero uno debe ser como el ejército de Japón: un cuerpo de mera autodefensa. Nunca empieces una pelea, y sabe terminarla. No es honorable golpear (con los puños o la palabra) a un enemigo que ya está vencido, por ejemplo. Tampoco lo es golpear a alguien menos fuerte. Vive privilegiando tu inteligencia, aunque, si todo falla, usa tus puños, pero sabiendo usarlos, sin dejarte llevar por la ira. Que tu mente controle tus puños, y no al revés. Sé razonable siempre: que te miren mal no es razón para golpear a nadie. Procura que la respuesta sea equilibrada a la ofensa. Todo esto forma parte de un lento aprendizaje y de una disciplina. Pero, si no la emprendes, si no te embarcas ya en ella, habrás fracasado, antes de empezar. Ten el orgullo de querer vencer, de querer vencerte. Si están en ti estos poderosos instintos, también está en ti la fuerza para dominarlos.
Un fuerte abrazo, de parte de alguien que ha flaqueado a veces en la batalla, pero que no la abandona, que la sigue librando.
(c) José Alfonso Pérez Martínez. Permitida la libre reproducción, citando la autoría.
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