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Blog personal de José Alfonso Pérez Martínez

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(Luis Cernuda)

lunes, 29 de noviembre de 2021

El enfado de Almudena


 Sobre la recientemente fallecida novelista Almudena Grandes, Luis Ventoso ha publicado un artículo en El Debate con el que coincido plenamente y que no me resisto a compartir aquí:



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Luis Ventoso
VIDAS EJEMPLARESLUIS VENTOSO

El enfado de Almudena

Vivió enojada por lo ocurrido en el mundo de sus abuelos, incapaz de ver el éxito de España, del que disfrutaba

 Actualizada 05:10

Cuando vas teniendo una edad, la muerte de una persona antes de tiempo te deja siempre meditabundo. Te sitúa frente al gran telón del que no podemos escapar porque, como recordaba el maravilloso Montaigne, «todos los días van hacia la muerte y el último la alcanza». La muerte pone boca arriba la pequeñez de nuestros empeños terrenales, que a veces nos desvelan mucho más de lo que deberían. Nadie lo explicó mejor que el Libro del Eclesiastés de la Biblia: «Reflexioné sobre todo lo que ha conseguido el hombre en la Tierra y concluí: todo lo que ha logrado es fútil, como cazar el viento». La muerte siempre es dura. Pero para aquellos que carecen de la esperanza de Dios debe ser brutal; un sumirse en una gran nada sin retorno, que convertiría nuestro paso de la Tierra en un sinsentido, un cruel chiste cósmico.
Todo esto me volvió a la cabeza, una vez más, cuando conocí con pesar la prematura muerte a los 61 años de la escritora madrileña Almudena Grandes, víctima de un cáncer y madre de tres hijos. Fue una literata de éxito, dotada sin duda de un gran brío narrativo. Sabía cómo armar una novela, no hay duda. Era también una columnista de una sola idea, expuesta siempre a fuego: la derecha es malísima y franquista. Quienes la trataban la recuerdan como una mujer que sabía honrar la amistad, dotada de mucho sentido del humor e hincha siempre y a pesar de todo de su Atleti. Desde lejos contemplábamos a una mujer morena de nervio, castiza y temperamental, que conformaba con su marido García Montero, poeta al que Sánchez colocó al frente del Cervantes en 2018, un pequeño poder fáctico en ciertos ámbitos de la cultura a favor de la izquierda «comprometida» (que casualmente monopoliza ya todos los premios).
La prensa, que en España es mayoritariamente «progresista», incluida la que piensa que no lo es, ha despedido a Grandes con hipérboles. El principal periódico de izquierdas, que esconde en un suelto la manifestación de más de cien mil policías contra el Gobierno (¡ay cómo está el periodismo!) habla de «la voz de los perdedores» y de «la dignidad de la literatura». ¿Solo es digno el literato que es de izquierdas? En el periódico de mi ciudad natal la llaman «la voz de las mujeres y los hombres silenciados». Un diario de teórica derecha la despide como «la conciencia crítica de España».
No se puede negar la vocación literaria de Almudena Grandes, su enorme capacidad de trabajo y su triunfo. Pero creo que un análisis serio de su figura intelectual no debe soslayar un hecho muy relevante: su asombroso cabreo con su propio país. Era un poco mayor que yo, y de familia más acomodada que la mía, y es como si hubiésemos vivido en dos naciones diferentes. Su teoría es que buena parte de los españoles seguían pagando todavía hoy la derrota de la II República en la Guerra Civil. Según su visión, en realidad continuamos dirigidos por la hoja de ruta del franquismo, que primó a los vencedores y arruinó la vida de los vencidos. Siento discrepar, pero no es para nada lo que yo he vivido. Hasta que llegó el revisionismo de Zapatero y Sánchez, que decidieron echar sal en las heridas de la Guerra Civil para ocultar su inanidad programática en temas importantes, Franco estaba olvidado por mi generación. Tampoco es cierta la visión absolutamente maniquea que siempre postuló Grandes, esa historia de malísimos derechistas que se pegan la vida padre a costa de almas puras izquierdistas, cuyo progreso impiden. Su enorme éxito –y el de su marido–, ambos comunistas, supone una refutación de ese tópico. Si el franquismo conserva la pervivencia sociológica y partidista que le concedía Almudena Grandes, entonces resulta un milagro sin parangón que el PSOE sea el partido que más tiempo nos ha gobernando, o que hoy manden comunistas y socialistas, como en el Frente Popular, o que los medios sean mayoritariamente simpatizantes del consenso progresista que se nos quiere imponer.
Por supuesto que hay páginas terribles en la posguerra. Pero no solo en España: ¿Cómo sería la vida en la Polonia y la Alemania hechas añicos tras la II Guerra Mundial? Por supuesto que hubo penurias, crueldades, salvajadas (de los dos bandos) y un régimen autoritario que duró demasiado. Pero no parece una gran idea cerrar la mirada a todo lo bueno que se construyó en España, que es una extraordinaria historia de éxito, para regodearse en el rencor ideológico más cerril. Además, construir una obra narrativa sobre ese móvil obsesivo convierte la literatura, que en su versión más excelsa aspira a ser una forma de conocimiento sapiencial, en un panfleto, por ameno y bien redactado que esté. Por último, siempre me llama la atención que esta generación de intelectuales de izquierdas viva preocupadísima por las cuitas de la época de sus abuelos, que ya no están, y se muestre ciega y muda ante el mayor problema de su país a día de hoy: el envite de un separatismo retrógrado y de ribetes supremacistas. Ahí se les acaba el «compromiso». No están.

sábado, 27 de noviembre de 2021

España en las monedas


Hay una teoría histórica que dice que hasta Felipe V (que reina en la primera mitad del siglo XVIII) no existe España, porque él centraliza el reino, a imagen de cómo estaba centralizado Francia, el reino de sus ancestros paternos, los reyes Borbones franceses. Pero yo creo que un Estado descentralizado no deja de ser un Estado. Quiero decir, porque los antiguos reinos de España tuvieran en la época de los Habsburgo sus fueros y leyes propias no significa que no hubiera una unidad en otras cosas (en política exterior, por ejemplo) y que no hubiera una autoridad central. Había esa unidad y esa autoridad, existía por tanto España. 

Y eso se reflejaba en la titulatura regia y en la numismática, pues si Felipe V en sus monedas aparece como HISP REX, Rey de España, igual aparece su antecesor en el trono, Carlos II. Y Felipe IV, III, II...

Carlos I, en el siglo XVI, hizo monedas en las que él y su madre, heredera de los Reyes Católicos, son titulados como "Hispaniarum et Indiarum Reges", Reyes de España y de las Indias. Carlos y su madre son los primeros reyes que se titulan como Reyes de España. Yo considero a Juana I, aún, como Reina de Castilla-León y de Aragón, pero su hijo Carlos es para mí ya Rey de España. 

En las monedas de los Reyes Católicos aparecen sus reinos: Castelle, Legionis, Arago (Castilla, León, Aragón). Son los reyes que, por como se titulan en las monedas, pueden ser los primeros que encontramos, si vamos hacia atrás en el tiempo, NO considerados reyes de España, aunque NO CABE DUDA de que entre ambos gobernaron todo lo que hoy es España. Sus antepasados fueron reyes de Castilla-León y de Aragón, no había unidad política en la España medieval, pero había constancia de que había existido la Hispania romana y la visigoda y todos, castellanos, leoneses, navarros o aragoneses, se consideraban españoles. Hasta algunos reyes de León (Alfonso VI y Alfonso VII), que se consideraba el reino más antiguo e importante de los medievales hispanos, se titularon a veces "Emperador de España", para dar a entender esa primacía al menos teórica sobre los otros, y para recordar esa unidad que hubo y que había de volver, completada la reunificación de los reinos y la Reconquista de lo arrebatado por los moros. 


Imagen: moneda de Carlos I de España y de su madre, Juana I de Castilla y León y de Aragón. La leyenda dice por una cara: CAROLVS ET IOHANNA REGES. Y por la otra: HISPANIARVM ET INDIARVM. Viene a decir: Carlos y Juana, Reyes de España y de las Indias. 

domingo, 14 de noviembre de 2021

Un mapa



Mapa de los territorios heredados por Felipe II de España (en naranja) y por su tío Fernando I de Alemania tras el fallecimiento de Carlos I de España y V de Alemania en 1558. La línea roja marca el límite del imperio alemán. Fernando I heredó la corona del imperio (en realidad era electivo, digamos que lo que heredó fue el derecho a poder ser elegido) y los estados patrimoniales de los Habsburgo, en verde. En algunos territorios (Países Bajos, Luxemburgo, Franco Condado, Milán), que formaban parte del imperio alemán, Felipe II era teórico vasallo de su tío. Por su parte, Fernando I tenía territorios dentro del imperio gobernado por él mismo y otros fuera de los límites de ese imperio (la Hungría austríaca, barrera defensiva del imperio frente al poder turco, que dominaba los Balcanes). Las fronteras europeas en el siglo XVI eran mucho más complicadas que ahora. Como se ve en el mapa el centro del imperio alemán lo formaban muchos diminutos Estados. Algunos de sus señores formaban parte de la junta de príncipes que elegían al emperador (los "príncipes electores"), mientras que otros no tenían ese derecho. Había señores laicos y señores eclesiásticos, obispos que gobernaban territorios del imperio. Estos señores eclesiásticos del imperio estuvieron muchas veces en posiciones complicadas, cuando el emperador y el Papa se enfrentaban.

martes, 2 de noviembre de 2021

Sobre Jean de Carrouges y Jacques le Gris


Este comentario contiene palabras que pueden ser consideradas como "spoilers" por algunas personas.




Una pequeña reflexión sobre Jean de Carrouges y Jacques le Gris, personajes de la película "El último duelo", basada en hechos reales, e interpretados respectivamente por Matt Damon y Adam Driver:

El personaje de Jean de Carrouges parece un bruto y un simple pero tiene más dobleces de lo que aparenta. Cuando se va a la guerra deja a su mujer administrar la propiedad, pero esto no era lo normal, darle a las mujeres tanto poder: se solía dejar, yo creo, a un administrador de confianza. Si le dice que no salga es por la propia seguridad de ella. Simplemente no podemos imaginar el nivel de brutalidad y violencia de la época. Y cuando Jacques le Gris le dice a Marguerite "no cuentes esto porque te matará" es porque solía hacerse, y sin embargo Jean no la mata. Jean es un tipo bruto pero noble, a su manera. Su señor natural, el noble al que interpreta Ben Affleck, en vez de tratarle con justicia, le ningunea, le arrebata tierras, se ríe de él. Jean es un auténtico desgraciado que me despierta pena, cuando pienso en él, aunque no me gusten sus modos.

Jacques es lo contrario: un tipo civilizado y culto, pero un perfecto gusano, en el fondo.

De alguna forma se nos dice que cultura y moralidad no tienen por qué coincidir. El bruto e inculto Jean tiene valores morales más altos (dentro de lo que puede esperarse en esa época) que el civilizado y culto Jacques, que en el fondo es un canalla.

De la relación entre legalidad y moral


Es indudable que una cosa es la ley y otra la moral. La esclavitud era legal en muchas partes del mundo, y ayudar a un esclavo para que recuperara la libertad era un delito. El genocidio de los judíos era legal en la Alemania nazi, y podías tener serios problemas con la ley si escondías judíos para que no fueran asesinados. Hasta la segregación racial (espacios diferentes para blancos y negros) era legal en muchas partes de Estados Unidos hasta no hace mucho.

Entonces, si todas esas aberraciones morales entraban dentro de la legalidad nadie puede reprochar a quienes, como los anti aborto, opongan reparos morales a algo legal, porque la Historia nos enseña que esas personas que oponen reparos morales a algo legal pueden estar perfectamente en posesión de la razón, de lo que es lo correcto. 

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