Retrato de Miguel de Cervantes, atribuido a Juan de Jauregui (1600).
Miguel de Cervantes Saavedra
(1547-1616)
Nació en Alcalá de Henares, hijo de un médico. Se sabe poco sobre su infancia y adolescencia. En 1566 se estableció en Madrid. En 1569 pasó a Italia, donde se empapó de la lírica de autores como Ariosto. Luego se hizo soldado y participó en la batalla de Lepanto, contra el imperio turco (1571). En 1575 fue capturado por los turcos y padeció cautiverio en Argel, hasta 1580. En Lepanto prefirió luchar con fiebre y arriesgarse a morir a permanecer bajo cubierta y ser tenido por cobarde, y en Argel prefirió padecer tortura antes que delatar a otros. Ambas cosas hablan de la clase extraordinaria de hombre que Cervantes era. Después trabajó como recaudador de impuestos. En 1597 es encarcelado en Sevilla, acusado de apropiarse de dinero público. En prisión engendró su obra magna, Don Quijote de la Mancha. En 1604, ya libre, se instala en Valladolid, Corte entonces del rey Felipe III, y en dicha ciudad se publica la primera parte del Quijote, en 1605. La segunda parte apareció diez años después. Poco después murió en Madrid, en 1616. Es muy conocido por ser el creador de la novela moderna, pero mucho menos como poeta. Él mismo no se tenía en mucha estima como tal, pero lo cierto es que produjo algunos buenos versos, como los que aquí reproducimos.
Elogio a Góngora
Aquel que tiene de escribir la llave,
con gracia y agudeza en tanto extremo,
que su igual en el orbe no se sabe
es don Luis de Góngora, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanzas,
aunque las suba al grado más supremo.
Al túmulo del Rey Felipe II en Sevilla
Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla,
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón, y dijo: Es cierto
cuanto dice voacé, seor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuése, y no hubo nada.
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