Retrato de Francisco de Quevedo, copia de un original de Velázquez.
Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos
(1580-1645)
Nació en Madrid, en el seno de una familia de hidalgos de origen cántabro. Sus dos progenitores ostentaban cargos en Palacio: su madre era dama de la Reina y su padre era secretario de la hermana de Felipe II, María de Austria. Quedó huérfano de padre a los seis años. Estudió con los jesuitas, y teología en la universidad de Alcalá. Fue rival de Góngora y amigo de Lope de Vega y de Cervantes. Tuvo una gran amistad con un Grande de España: Pedro Téllez-Girón, Gran Duque de Osuna, a quien acompañó a Italia como su secretario. En 1618 obtuvo el hábito de la Orden de Santiago. En 1620 se retiró a su señorío de la Torre de Juan Abad, comprado para él por su madre antes de fallecer. La llegada al trono de Felipe IV le otorga el favor real: en 1632 llegó a ser nombrado secretario del Rey. Luego cayó en desgracia y estuvo preso entre 1639 y 1643. En 1643, ya libre, se retira definitivamente a su señorío de la Torre de Juan Abad. Falleció en 1645.
Memoria inmortal de don Pedro Girón
-Duque de Osuna, muerto en la prisión-
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.
Diole el mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
Miré los muros de la patria mía…
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa, vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Ah de la vida...
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario