DE LA BATALLA DE CAMLANN, Y DE CÓMO ARTURO DEJÓ ESTE MUNDO
Los ejércitos de Mordred y Arturo se encontraron en Camlann. Mordred tenía veinte años, Arturo cuarenta y dos. Mordred era un ser totalmente amoral, consagrado al crímen y al odio a su padre. Arturo era un rey cansado, y compadecía a Mordred, mas no estaba dispuesto a consentir que continuara devastando su reino.
No sabemos cuántos caballeros combatieron en Camlann aquel día. Tal vez, entre los dos ejércitos, no llegaran a los diez mil hombres. Tal vez había menos, pero eran los mejores caballeros y hombres de armas de Britania, y casi todos murieron ese día, dejando la isla indefensa ante los enemigos extranjeros. Combatieron todo un largo día, desde el alba. Estaba cayendo el sol cuando Arturo y Mordred se encontraron al fín, frente a frente. Se acometieron con furia, se hirieron, y al fín Arturo mató a Mordred, mas sabía que él también estaba herido de muerte. Se recostó contra un árbol. Desde donde estaba se veía, no muy lejos, el mar. El sol caía, tiñéndolo todo de rojo. Se le acercó Sir Bevidere, uno de los pocos supervivientes de la batalla y el único de entre los caballeros más cercanos a Arturo, los pertenecientes a la Tabla Redonda. Bevidere le preguntó al rey qué podía hacer por él, pues algo le decía que el rey no estaba simplemente herido, sino muriendo. Arturo le tendió a Excalibur, diciendo: "lanzadla al mar".
Bevidere fue a la orilla, mas le pareció una lástima que un arma así se perdiera, tal vez para siempre. Así que la escondió en un tronco hueco, dispuesto a recobrarla luego. Volvió con el rey, y éste, nada más verle le dijo: "¿por qué no me habéis obedecido? Si me amáis, lanzad la espada al mar". Avergonzado, Sir Bevidere volvió adonde la espada, y la arrojó al mar. Así se perdió para siempre el arma más prodigiosa que jamás blandiera un hombre, que no se podía quebrar ni mellar, que era ligera como una pluma, que fue forjada por la antigua raza en tiempos olvidados, Excalibur.
Bevidere volvió con su rey y dijo "está hecho", y Arturo supo que esta vez era verdad. Sonrió, bendijo a Bevidere y murió. Entonces Bevidere vió, recortado contra el inmenso sol rojo, un barco sin velas ni remos, que parecía avanzar mágicamente. Cuando estuvo más cerca distinguió en él a tres mujeres, de pie sobre cubierta, asidas las manos. Desembarcaron y llegaron a donde ellos estaban. Eran de blancos rostros y belleza sobrehumana. Una de ellas dijo "venimos a llevarnos al rey a Avalón". "Está muerto, mi señora", dijo Bevidere. "Está muerto, es verdad, pero en Avalón no existe la muerte. Allí podrá volver a vivir. En verdad, despertará de esta muerte como de un sueño, y vivirá por siempre". Sir Bevidere sintió que era verdad. Levantó a su señor y lo cargó hasta el barco. Las damas de la antigua raza embarcaron, y la nave partió.
Nada más se supo de Arturo en este mundo. Así termina su historia, hasta donde sabemos.
-José Alfonso Pérez Martínez, 20 de diciembre (corregido el 25) de 2016-
No hay comentarios:
Publicar un comentario