Yo tengo en mi biblioteca otros ensayos de este hombre, tal vez uno de los últimos grandes sabios de Europa: "Nostalgia del absoluto", "La idea de Europa" y "El silencio de los libros". Sin embargo, sólo con éste, "Lecciones de los maestros", me he sentido ignorante, comparándome con él. Porque los tres citados en primer lugar fueron escritos para un público amplio, pero "Lecciones de los maestros" procede de unas conferencias pronunciadas por Steiner en la Universidad de Harvard. Entonces el nivel es exigente: de repente, en cualquier momento, Steiner te habla de algo que no conoces, y no se para a explicártelo, porque el público receptor en primer lugar del texto sabía (o debía de saber) de qué estaba hablando Steiner, y si tú no lo sabes, pues es tu problema. Aún así, el libro, como todos los de este autor, se disfruta en muchos momentos. Es la inteligencia, una gran inteligencia, puesta al servicio del desarrollo de un tema. En esta ocasión, de la historia, a través de los siglos y en diferentes culturas (no sólo en la occidental, aunque sí se habla sobre todo de ésta) de la relación entre los maestros y sus discípulos. Una historia, pues, del magisterio y el discipulazgo. Dejaré aquí algunos de los fragmentos que he subrayado, mientras leía:
Con respecto a la moral, solamente la vida real del Maestro tiene valor como prueba demostrativa. Sócrates y los santos enseñan existiendo.
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La auténtica enseñanza es una vocación. Es una llamada. La riqueza, las exacciones de significado que se relacionen con términos como "ministerio", "clerecía" o "sacerdocio" se ajustan tanto moral como históricamente a la enseñanza secular. El hebreo "rabbi" quiere decir, simplemente, "maestro". Pero nos hace pensar en una dignidad inmemorial.
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El propio credo de Goethe reza: "Toda teoría, amigo mío, es gris / y verde el árbol dorado de la vida".
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Todos los derechos pertenecen a la juventud, a su vuelo de Ícaro y a su creación de nuevos mundos.
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Lo que tengo por incontrovertible es la creencia de que un Maestro que deliberadamente enseña a sus discípulos la mentira o la inhumanidad entra en la categoría de lo imperdonable.
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Hasta en un nivel humilde -el del maestro de escuela- enseñar, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilidad trascendente. Si lo despertamos, ese niño exasperante de la última fila tal vez escriba versos, tal vez conjeture el teorema que mantendrá ocupados a los siglos. Una sociedad como la del beneficio desenfrenado, que no honra a sus maestros, es una sociedad fallida.
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