Al fin se ha hecho una película de Superman capaz de mirar a la cara, sin bajar la mirada, a la primera y a la segunda películas de las interpretadas por Christopher Reeve, las mejores del personaje hasta la fecha. Los niños adoptados que son criados con amor consideran siempre que su padre es quien les ha criado, y nadie más. De esto, de que los afectos forjados a lo largo de la vida pesan más que la sangre, va esta película, esta excelente película dirigida por Zack Snyder y en la que el revolucionario y extraordinario cineasta Christopher Nolan ha intervenido, en tareas de producción y de guión. He disfrutado como un enano viéndola, os la recomiendo. Henry Cavill interpreta al héroe, y Michael Shannon a Zod, su antagonista. Los villanos que actúan movidos no por su egoísmo o por intereses personales, sino por ideales que consideran sagrados y por los que están dispuestos a entregar su vida son los mejores. Así es Magneto en las películas de X-Men, y así es el general Zod, fantásticamente interpretado por Shannon.
Superman es una figura crística: tiene dos padres, uno extraterreno (Jor-El, interpretado por Russell Crowe) y uno humano (Jonathan Kent, interpretado por Kevin Costner); tiene 33 años de edad; tiene una madre humana (Martha Kent, interpretada por Diane Lane) que se queda viuda; es tentado por su particular Satanás, Zod; y es enviado por su padre a la tierra, desde la nave, para salvar a los humanos (muy reveladora esa escena, con Superman dejando la nave con los brazos extendidos, en una clara imagen de crucificado). Esa identificación de Superman como un moderno Cristo no tiene porqué incomodar a nadie, ya que creo que no se pretende con ello evangelizar o convertir, sino sólo colocar a Superman en unas coordenadas de héroe mítico clásico que, realmente, hacen al personaje más atractivo y complejo.
La película está plagada de mensajes y símbolos. En una escena, por ejemplo, el pequeño Kent lleva un libro de Platón. ¿Por qué no uno de Nietzsche, por ejemplo? Nietzsche creía en el superhombre, aquel capaz de imponer su voluntad a los hombres. Superman, con su poder, podría ser el perfecto superhombre nietzscheano, pero prefiere, como Sócrates, el maestro de Platón, someterse a las leyes de los hombres.